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Rincón literario

Saetas de perro muerto.

Saetas de perro muerto.

Conseguí escribir esto en el tren, en fin...simplemente es tan sólo una parte de lo que podría llorar cada día. Siento si a alguien le ofende lo que pueda leer.

No estaba segura de colgarlo pero...bueno ya, ya que más da. Un beso...

Minutos como vicios puros,

calores que aprietan como puños,

inhalando el aire de donde nunca nada hubo.

Girasoles de su pelo,

brindando,

miradas con recelo...

para que nunca deje de cantarle

esas, sus saetas de perro muerto.

Rezo mis oraciones mudas mirando al cielo

medito en verso... si es que puedo.

No me vence el sueño,

No encauzo mis desvelos,

noche tras noche hice girones

del tormento, dulce y amargo, de sus besos.

Amárrate al reloj

que yo me rindo al viento,

al vino barato y al carmín sangriento,

a mi vestido ajado, a mis tacones viejos...

...Al comienzo del viaje

y mi triste final del cuento.

Cuerda o no,

fría cual hielo,

finjo ser capaz, aun sabiendo

que me derrito en el recuerdo,

de lo que siempre fue imposible quimera

y quise convertir en sueño.

Verano y primavera

y siempre yo en contra del tiempo.

Da igual cuanto yo quisiera,

que a sus ojos sería invierno.

Perdida y perdedora

vencida y ,jamás en la vida, vencedora

a pesar de cuanto diera

yo era carne de derrota...

como la luna queriendo ser estrella

como el sol queriendo ser gaviota.

Quise escuchar...

esas saetas de voz y lienzo

canciones a grito pelado

hablando de rotos recuerdos,

quise cantar...

a coro con el vaivén de su cuerpo

la palabra que exhala su boca

a la que nunca pertenezco.

Pero mentí...

mentí en el escenario

quieta ante el espejo,

mentí mirándome a la cara

con mis lágrimas cayendo.

Mentí quedándome callada

mentí ocultando mis heridas

mentí a la sangre que recorría

mi garganta al pronunciar

-cántame tus saetas vida,

llórame hoy y siempre con tu cantar-.

 

 

Margot. 

LAS DIVERAVENTURAS

Si queréis ver lo que es capaz de escribir una niña de 11 años, por favor entrad aquí

 

Encendiendo estrellas

Había una vez una llama muy pequeña que pendía de una vela chiquitita. Pequeña, pero hermosa, vivía temerosa de su funesto destino: sabía que en muy poco tiempo (lo bastante para que su delgada vela se consumiera) acabaría por apagarse en el vacío de la nada. Ella, que era feliz con su propio calor, con la certeza de saberse iluminadora de la noche, poseía una naturaleza alegre  que le  impedía rendirse ante su próximo fin. Su curiosidad inmensa, su ansia de conocimientos, le gritaban desde dentro lo injusto que era acabar así, tan rápida y estúpidamente, hasta no ser más que aburridas cenizas de nadie. Ella quería ser diferente y mayor, mucho más grande, como el crepitante fuego de la chimenea que la observaba de cerca, sumido en su alimento de madera. “Ese fuego”, pensaba, “no se apagará en todo el invierno, calentando y dando luz a mucha gente, mientras que yo tendré que resignarme a morir antes de que acabe la noche”.

Pues no, ella no quería fundirse con la cera, no quería renunciar a ese mundo maravilloso que entreveía por los visillos…esa noche estrellada que refulgía lejana, herida por fuegos brillantes que la atravesaban como lanzas. Cuando el Sol se ocultaba, aquellas pequeñas y delicadas manchas de luz eran las únicas que pervivían luminosas en medio de la oscuridad más absoluta, las que eran admiradas desde abajo y de las que se inventaban historias fantásticas para entretener al miedo y al insomnio. Aquellas sí que eran luces, eso sí que era calor, y no el pequeño y nimio que a duras penas despedía junto con su pequeña vela. Sintió entonces que su verdadero fin, su auténtico destino no era morir en un candil de porcelana, sino (¡cómo no se le habría ocurrido antes!) ser estrella: ardiente, inmensa e infinita. Una estrella que vibrara en el firmamento aunque solo fuera por un instante, pero que le bastaría para sentirse parte de los ancestrales destellos nocturnos.

Justo en ese momento definitivo en el que había decidido su auténtico futuro, una molesta brisa comenzó a colarse por la ventana. Fuera del hogar estallaba una furia huracanada que retumbaba contra las paredes, sacudía los árboles y hacía temblar a los pocos transeúntes que se atrevían a surcar las calles mecidas por el viento. Pero nada de eso sabía nuestra pequeña llamita, empeñada como estaba en sobrevivir a la brisa que arremetía contra su débil figura, con más fuerza cada vez. “Vete, vete”, susurraba ella, “no me apagues todavía, aún tengo que ser estrella”, y volvía a concentrarse en sus intentos de convertirse en cuerpo celeste, sin saber muy bien como, “aunque todavía se me puede ocurrir algo”, deseaba. En esas estaba cuando una chispa, una iluminación repentina, la sacudió de ingenio: esa brisa que se estaba convirtiendo en un viento desordenado, más que enemiga podría ser su aliada. Y sin pensárselo dos veces (no se fuera a arrepentir) decidió dejar de esconderse para comenzar a fluir, sentir la fuerza del aire en movimiento, e impulsarse con todo su ser.

Impulsarse así, hasta llegar a volar. Volar hasta aterrizar sobre algo suave, un tacto desconocido para ella, muy diferente al de su acostumbrada cera. Una larga tela, suave, de la que se apoderó casi sin darse cuenta, justo antes de sentirla desvanecerse poco a poco bajo su peso. Incandescente en la noche, ya no llamita, sino gran llama que lame y devora, se fue haciendo impacientemente con la totalidad de las cortinas, hasta saberlas carbonizadas y brillantes, esclavas de la nueva arma demoledora en la que se había convertido. El poder, el inconsciente poder que apenas lograba contener, latía con fuerza en su interior, reclamando nuevas víctimas a las que derretir entre luces rojizas, para crecer y crecer de forma imparable. De las cortinas saltó rápidamente al sofá, y de ahí a la mesa, al armario del rincón…y de repente la casa entera, la enorme casa en la que fue creada casi por casualidad, era la que se rendía solitaria bajo su creciente poder, iluminando toda ella por unos instantes la terrible noche ventosa, como una estrella bajada a la Tierra.

Nuria

ENCERRADOS ENTRE SANGRE

 

Os presento a otro futuro escritor… Me recuerda a vosotros cuanto teníais su edad

Vicente

 

Con la mirada perpetua en el ordenador, todavía no consigo entender el por qué de muchas cosas. Triste y soñador investigo dentro de mí, lo que quiero hacer.


Es demasiado tarde para darse cuenta lo que de verdad he hecho. Mis sentimientos eran fuertes; mi temperamento había dado un vuelco de 180 grados. Mi cuerpo había desencadenado la peor catástrofe de todas. Y el odio que contenía a penas había podido escapar por un lugar remoto del que ahora me arrepiento viendo toda la habitación inmersa en sangre.

Arrodillado en el suelo entarimado, seguía fijo en la pantalla del ordenador, no quería mirar a otro sitio. Era muy consciente de lo que había ocurrido, de los problemas que podía traer todo esto. De la libertad que iba a carecer…
Mis manos se habían convertido en unos perfectos puños cerrados, conteniendo ira y tristeza dentro. Los sentimientos se contradecían constantemente dentro de mi cabeza. Mis manos. Con ellas había hecho lo que había deseado en mucho tiempo, aunque ahora no quisiera creérmelo. Todo era muy confuso.

Mi puño derecho todavía tenso y lleno de sangre sujetaba un cuchillo, tintado de rojo y goteando.

Mis pantalones habían cogido un color rojizo claro. También estaba llorando. Nadie podría perdonarme jamás lo que he hecho... Nadie podrá decirme nunca más lo idiota que he sido.

A cada paso que daba para llegar a la puerta, mi ánimo iba empeorando; mis ojos solo veían sangre. Mi cabeza solo daba vueltas, mi cuerpo temblaba y mis piernas flojeaban. Mis manos a duras penas seguían sujetando el cuchillo. Estaba inmerso en una aventura sangrienta de la que difícilmente saldría, sólo veía su cara y sus tripas tiradas por el suelo. Me había vuelto loco, y su cuerpo, ahora, era un complicado puzzle esparcido por toda la habitación. Los cristales se habían tintado, los pósters de cantantes famosos tenían colores de más superpuestos, mi cama era un hervidero de sangre, y la periferia de todas las partes de su cuerpo formaban charcos rojos.

Salí de mi cuarto manchando el pomo de la puerta. Las paredes estaban empapadas con su sangre. Tenía que sujetarme como pudiese... pero no podía. Había cruzado el estrecho pasillo que se me hacía más largo a cada paso que daba. Iba y venía. Mis ojos no paraban de girar descontroladamente. Ahora mismo, no tenía control.


Había entrado en el baño y estaba en frente del espejo, mi rostro estaba lleno de sangre que se escurría por mis mejillas, al igual que mis lágrimas... Aquellos dos fluidos habían aterrizado sobre mis labios. Ahora sabía lo que era probar el odio y la pena. A la vez.


Abrí el grifo del agua fría y coloqué el tapón como pude. Esperé un rato sentado en el suelo. Mis piernas formaban arcos debajo de ellas. Mi cabeza caía entre medias. El cuchillo se colocaba en horizontal a un palmo de mis playeras. Un vez que el agua empezó a salirse del lavabo, me incorporé y hundí mi cara en aquella pila que estaba rebosando de agua.

Cuando me quedaba sin aire y el agua ya no era lo mismo, saque la cabeza del agua cristalina y me reflejé de nuevo en el espejo. Veía mi rostro mojado de agua, mis brazos secos y limpios. La camiseta parecía recién comprada de la tienda. No tenía el cuchillo, no tenía mareos...

Mi cabeza había formado el momento más real que jamás había vivido. Sólo me había sentado en el suelo para relajarme. Ahora, sólo de mí dependía el matarle de verdad. Salí al pasillo. La luz mojaba mi cuerpo estirado. Abrí los ojos para volver en sí. A él, le tenía en mi habitación y a la derecha veía la cocina. El cuchillo limpio sobresalía de la encimera. Su hoja brillaba en todo su esplendor. Se me formó una malévola sonrisa en mi cara. Iba a ser testigo de algo terrible. Seguiría odiándole, lo tenía muy claro, pero tenerle descuartizado en mi habitación iba a ser lo mejor que podría hacer hoy.

 

Un empujón, eso fue lo único que me importaba ahora. Lo único que hizo él hace 2 meses, cuando mató a mi hermano tirándole por el monte escarpado en las afueras de la ciudad. La policía no encontró motivo para culparle, pero su ausencia en el entierro y lo poco que se preocupó por todos cuando ocurrió aquello, fue suficiente para saber que aquel cabrón mató a mi hermano. Llevaba siendo amigo mío durante años, habíamos casi compartido chupete y ahora, no podía creer lo que hizo. Podría equivocarme, pero, ahora, era demasiado tarde, iba a sentir lo que sintió mi hermano cuando murió. Me arrepentiría, seguro, pero él iba a probar el dolor de verdad y yo, iba a estar encerrado con él y su sangre. Hasta su fin

 

Germán de las Heras

Los Guardianes del Saber

Aprovecho esta ocasión para agradecer los comentarios de El Asesino de Halloween y anunciar que la segunda parte está en camino y que dentro de poco podréis volver a deleitaros con grandes dosis de sangre, vísceras, decapitaciones y demás; esta vez con mucho más misterio y suspense. Esta relato que os presento ahora, se me ocurrió mientras estaba tranquilamente escuchando música y sin pensarlo dos veces me puse a escribir como una máquina. La historia es un tanto extraña, hay cosas que incluso no las comprendo ni yo, pero como la literatura está hecha de cosas incomprensibles, mucha fantasía y gran pasión por escribir, lo dejé así. Aunque esta parte es muy corta, estoy seguro de que ya se me ocurrirán cosas para crear buen ambiente para la historia. Espero que os guste.

 

 

 

1. Unos sucesos extraños

Hace años que sucedieron estos hechos que voy a relatar. Me llamo Daniel Márquez y actualmente vivo en Valencia y trabajo como historiador. Hay veces en que la gente no comprende que me guste tanto mi trabajo, ya que mi principal afición es viajar de cuando en cuando al extranjero para estudiar manuscritos de antiguas civilizaciones, propiedad de algunos millonarios jubilados sin otra cosa mejor que hacer en la vida, o de viejos colegas de la universidad deseosos de encontrar la ciudad de El Dorado o similares. Volviendo al tema principal, en la época en que se sucedieron estos acontecimientos, yo tenía quince años, vivía en Madrid y era un muchacho lleno de sueños y fantasías imposibles, como todo adolescente, pero aún no era consciente de que yo sería el protagonista de una de esas historias de fantasía, y de alguna que otra de amor, que tanto me entusiasmaban.

Todo comenzó el 26 de abril de 2008. Era un día frío, a pesar de la reciente llegada de la primavera, y el cielo estaba nublado. Me dirigía a casa tras salir de clase; volvía con mis amigos, Carlos y Juan; me despedí de ellos en una esquina y continué el camino solo. Al cabo de un rato, advertí que dos tipos me seguían desde que me había despedido de mis amigos; uno era bajo y tenía el pelo muy corto; el otro era alto, con el pelo más largo y de complexión más fuerte. Calculé que ambos debían de tener algo más de veinte años. De vez en cuando les oía susurrar pero no distinguía lo que decían, aceleré el paso, doblé dos esquinas y entré en el portal del bloque de pisos en donde vivía, con la certeza de que había perdido a los tipos que me seguían. Subí a mi casa y tras saludar a mis padres y contestar al insulto que mi hermano Luís me dedicaba por costumbre cada vez que llegaba, miré a la calle a través de las rendijas de la persiana del salón. Como me temía, los dos hombres estaban abajo, en la calle, ahora acompañados por un tercero que a simple vista parecía ser mayor que los otros dos. Reconozco que cuando vi a esos tres hombres charlando y mirando atentamente el bloque, me acojoné bastante, además, justo cuando iba a ir al baño pues me estaba literalmente cagando de miedo, observé que los tres llevaban en su pecho un pequeño símbolo, casi minúsculo, de un libro protegido por una espada dorada, cosa que llamó mi atención y que me propuse investigar, pero tuve que dejarlo para más tarde pues antes debía atender la llamada de la naturaleza.

Durante los siguientes tres días, también sufrí la incómoda persecución de aquellos tipos, había buscado el dibujo de su pecho en enciclopedias y preguntado a mis familiares, pero a ninguno le sonaba de nada. El cuarto día, comprobé asombrado y algo preocupado, que esos tipos ya no me seguían, y después de comer fui a la casa de mi abuelo para preguntarle sobre el símbolo del libro y la espada, pues mi abuelo era la mayor colección de enciclopedias jamás vista, cualquier cosa que le preguntases la sabía. Durante la guerra se había tenido que ocultar durante seis meses en el sótano de la casa derruida de un hombre rico al que habían matado, y como no podía salir por miedo a que lo mataran, se dedicó a leer toda la colección de libros de historia que había en aquel sótano. Subí las escaleras a buen ritmo deseando que mi abuelo supiera algo sobre los símbolos y temiendo que cuando leyera aquellos libros se hubiera saltado la línea que hablaba sobre ellos.

-Hola, abuelo -dije nada más entrar.

-¡Hola, Daniel! -me contestó alegremente- ¿qué te trae por aquí?

-Pues, quería preguntarte una cosa.

-Lo que quieras, dime, ¿qué es?

-¿Habías visto alguna vez un símbolo compuesto por un libro y una espada dorada?

- ¿Un libro y una espada?

- Sí, la espada estaba colocada encima del libro, como si lo estuviera protegiendo.

-Ahora que lo dices, creo que lo he visto antes pero no sé dónde -dijo pensativo- te prometo que intentaré averiguar en dónde lo he visto.

-Gracias, abuelo.

Salí de la casa y me dirigí al parque para seguir jugando un campeonato de fútbol con Carlos, Juan y algunos amigos más. Llegué allí en pocos minutos y tras estar no más de media hora jugando, Carlos, dijo en voz baja:

-Mirad, esos tipos del banco nos llevan vigilando desde que llegamos.

-Tienes razón -contestó Juan- no nos han quitado el ojo de encima.

Mis amigos tenían razón, al girar la cabeza pude comprobar que los hombres que me seguían desde hacía días estaban allí. Una sensación de temor empezó a hacerse presente en mi pecho. Seguimos jugando durante una hora más, y después nos sentamos en el suelo para descansar. Entonces vi la situación en la que me encontraba, miré a un hombre que vendía cupones y descubrí en su pecho el libro y la espada; me giré para ver a la gente que estaba en el pequeño bar del parque, también allí había gente que tenía el símbolo en el pecho. El corazón me palpitaba muy deprisa y estaba a punto de salírseme del pecho.

-Oíd, tengo que irme, mañana os veo -les dije a mis amigos, y acto seguido comencé, primero despacio y después casi corriendo, a caminar hacia mi casa; los hombres con el símbolo cada vez eran más numerosos y aparecían siempre por la calle que iba a tomar, hasta que llegó el momento en que me vi totalmente rodeado y sin salida.

-¡Qué narices queréis de mí! -les grité antes de que el miedo invadiese mi cuerpo- lleváis días siguiéndome.

-Ven con nosotros -dijo el tipo bajo al que ya había visto con anterioridad.

-¡No, no me da la gana!

-Chaval, vendrás con nosotros, ya sea por las buenas o por las malas -dijo entonces el otro tipo más alto, que acto seguido dio un paso a mi alzando la mano a la altura de los hombros.

A partir de entonces no recuerdo nada, sólo que oía voces que decían:

-¿Seguro que es él?

-Si, no hay duda.

-Parece demasiado joven.

-Los otros dos también lo son.

-Es exactamente como Ella lo había descrito.

-Además, la marca ha aparecido en él.

Cuando desperté, no sabía dónde estaba, hasta que leí un cartel que decía:

“PASILLO 17 - HISTORIA DE LA MÚSICA”

Entonces miré a mi alrededor y pude comprobar que estaba en la biblioteca, ¿qué estaba haciendo allí?, sólo recordaba que unos tipos me habían secuestrado y una conversación sin sentido. ¿Qué significaba lo de que era demasiado joven? ¿Quién era Ella? La cabeza me daba vueltas. Estaba sudado y olía mal. La nueva bibliotecaria que estaba sustituyendo al señor Torres, pues éste había enfermado con gripe una semana atrás, me miraba con una expresión de odio, como si detestara verme en ese estado, pero no se preocupó por mí, ni siquiera me preguntó si me encontraba bien. Me sentía cansado y sucio así que fui a casa y me di una buena ducha; pero al salir y secarme no podía creer lo que veía en el espejo, un libro y una espada se habían dibujado por arte de magia en el lado derecho de mi cuello. Durante un buen rato me quedé mirando el dibujo sin hacer nada, hasta que oí la llamada de mi madre para cenar, me puse rápidamente el pijama, con el cuello de éste me tapé como pude el símbolo y salí a cenar.

-¿Qué hay para cenar? -le pregunté a mi madre.

-Tortilla francesa -me respondió- por cierto el abuelo ha llamado y dice que mañana quiere que vayas a su casa, creo que te tiene que decir algo.

-Ah, vale -respondí intentando ocultar la impaciencia que ahora se apoderaba de mí.

Me senté en una silla de la cocina y me puse a cenar de inmediato. Me gustaban muchísimo las tortillas francesas, indudablemente era lo mejor que habían inventado los franceses, por eso me la comí rápido y me fui a acostar. Tardé bastante en dormirme, no podía quitarme de la cabeza todo lo que me había ocurrido en los últimos días.

Jesús G L

La lluvia

Se resistió a volver a mirar bajo la rendija. Otra vez no, no podía, ya sería demasiado. Trepó a la cornisa y subió al tejado. Era de noche, las calles estaban oscurecidas por un manto de tiniebla que asfixiaba los suspiros hasta eliminar cualquier brizna de aire. Las nubes se agolpaban por conseguir espacio sobre la metrópoli. Pronto rompería a llover, y las aguas torrenciales arrastrarían los sentimientos, convirtiendo a la población en seres vacíos. Lo cierto es que era así desde que tenía memoria. Cada cierto tiempo, las grandes nubes del oeste regresaban cargadas de una lluvia inusual. Esta, de un color violeta y bastante llamativo, salpicaba en las esquinas y en las fuentes, bañaba a vagabundos y noctámbulos, y se colaba por los recovecos del entramado hasta llegar a rozar la piel de la persona más desprevenida.

Era un ritual al que todos y cada uno de los habitantes debía someterse. Al percibir los primeros truenos y vislumbrar los relámpagos, la muchedumbre se acumulaba en las calles y los espacios abiertos, todos dispuestos a bañarse en esas peculiares gotas. Raro era quien se escondía de ella, quien tramaba arriesgados planes para eludirla y salir inmune a sus efectos, a sus preciados y terribles efectos…

No era una tormenta corriente. Cada gota poseía un poder extraordinario, algo que ningún científico había logrado analizar con favorables resultados. La lluvia era capaz de evaporar los sentimientos y vaciar de emociones a los seres vivos.

Por eso era tan especial. Todos ellos, personas angustiadas, infelices, e incluso satisfechas con su existencia, acudían al encuentro con el fenómeno y se dejaban llevar por el efecto. Así, cuando la tormenta cesaba, se encontraban con una nueva existencia por delante, redescubrían sus gustos, aparcaban sus odios, se enamoraban de nuevo como si nada antes hubiese ocurrido…

A la mayoría le entusiasmaba empezar de nuevo, pero unos pocos intentaban resistirse y conservar sus recuerdos con cariño, y no vacíos, como los de los demás. Ellos preferían aguantar el dolor con tal de recordar lo que sintieron al ver su primera puesta de sol, al bañarse en aquel río helado con sus amigos una fría noche de invierno, al recibir su cálido y tierno primer beso…

Miró al cielo, se acercaba el momento. Bajó sigilosamente del tejado y apreció que la luz se había extinguido de la rendija. Entonces regresó al interior de la vivienda y cruzó silenciosamente las escaleras en dirección al sótano. Sus padres no recordarían la emoción de verla tocar el violín en la orquesta, sus amigos sentirían indiferencia hacia los buenos ratos del pasado verano, el chico de gafas que la sonreía cada día al pasar por la librería no sentiría lo mismo… Pero ella prefería conservarlo. No le importaba cargar con sus malos momentos con tal de recordar los buenos.

Advirtió la presencia de los relámpagos y los truenos, y el suave repiqueteo de las gotas contra el cristal de la cocina. Su familia estaría fuera, por suerte ella tenía una coartada para que no reparasen en su ausencia y no la obligaran a salir. No, otra vez no. No soportaba la sensación de sentirse vacía, no era la liberación de la que hablaban todos, no, era un sentimiento de indefensión y soledad extrema, como si todas las ilusiones hubieran sido absorbidas y durante unos instantes el mundo se tornara gris.

Diluviaba. Pero ella se acurrucó contra la pared y cerró los ojos. Y lentamente se dejó llevar por el sueño, segura de que, ante todo, nunca perdería el toque de color de la historia de su vida.

Laura

Ayer

Ayer

Ayer, cuando cayó la tarde

Salí a la calle, con mis zapatos,

Que no están tan rotos como debieran, pienso ahora,

Por este duro y cansado paseo por nosotros, por los muros sin pintar.

 

Bajé por aquellas calles llenas de balcones,

Blancas de cal y rojas de flor

Recorrí el puerto, lleno de barcas azules

Repleto del mar azul, besos de amor.

 

Escuché las olas que anunciaban el final

Dentro de una caracola, la sal

Brotaba en aquel rompeolas

Donde con la guitarra me cantabas espaldas al sol.

 

Fumé aquellos sabores de tierra mora

No sé si te acordarás de ver

Los faroles a media noche lucir como estrellas

Entre aquellas calles, amarga hiel.

 

Y oídos sordos tras aquella montaña

De acero hecha en triángulos de París

Aquellas canciones, traición de amor

A bordo del expreso de media noche, al volver.

 

El ruido de cristales rotos asustó

El vuelo de las gaviotas que nos dibujaban

Corrían de las ramblas hacia el palacio rojo

Y allí a nosotros jugando nos encontraban, con la arena.

 

A la luz de la luna

Entre balcones blancos y rojos

Barcas azules de mar

Y sueños hoy ya rotos.

      Guille

AZUL

Me siento azul, como un terciopelo.

Azul profundo y sedoso,

Azul con luces por dentro.

En el pecho, encerrado entre costillas,

Me arden fuegos sin llama;

Fuegos azules,

Fuegos de agua limpia y clara.

 

Pues de pronto comprendo.

Conozco sin necesidad de saberlo.

Y dentro tengo una playa

Una estrella

La palabra sin letras que sirve para acariciar las cosas.

 

Sólo es un momento, tal vez,

Un instante de maravilla

Pero me vuelvo azul cuando me levanto

Y azul me acosté anoche

Sin prisas,

Sin dientes.

Con la lengua sin cobre

Sin el runrún del mundo sonándome dentro.

 

Eso es todo,

Quizás,

O sólo una parte,

Pero yo me siento azul y tenía que decíroslo

Pues el color me explota dentro,

Con dulce furia.

Una pelea de sedas,

Una brújula de nuevo orientada,

Mirando al sur.

El sur azul terciopelo

 

Vicente