Encendiendo estrellas
Había una vez una llama muy pequeña que pendía de una vela chiquitita. Pequeña, pero hermosa, vivía temerosa de su funesto destino: sabía que en muy poco tiempo (lo bastante para que su delgada vela se consumiera) acabaría por apagarse en el vacío de la nada. Ella, que era feliz con su propio calor, con la certeza de saberse iluminadora de la noche, poseía una naturaleza alegre que le impedía rendirse ante su próximo fin. Su curiosidad inmensa, su ansia de conocimientos, le gritaban desde dentro lo injusto que era acabar así, tan rápida y estúpidamente, hasta no ser más que aburridas cenizas de nadie. Ella quería ser diferente y mayor, mucho más grande, como el crepitante fuego de la chimenea que la observaba de cerca, sumido en su alimento de madera. “Ese fuego”, pensaba, “no se apagará en todo el invierno, calentando y dando luz a mucha gente, mientras que yo tendré que resignarme a morir antes de que acabe la noche”.
Pues no, ella no quería fundirse con la cera, no quería renunciar a ese mundo maravilloso que entreveía por los visillos…esa noche estrellada que refulgía lejana, herida por fuegos brillantes que la atravesaban como lanzas. Cuando el Sol se ocultaba, aquellas pequeñas y delicadas manchas de luz eran las únicas que pervivían luminosas en medio de la oscuridad más absoluta, las que eran admiradas desde abajo y de las que se inventaban historias fantásticas para entretener al miedo y al insomnio. Aquellas sí que eran luces, eso sí que era calor, y no el pequeño y nimio que a duras penas despedía junto con su pequeña vela. Sintió entonces que su verdadero fin, su auténtico destino no era morir en un candil de porcelana, sino (¡cómo no se le habría ocurrido antes!) ser estrella: ardiente, inmensa e infinita. Una estrella que vibrara en el firmamento aunque solo fuera por un instante, pero que le bastaría para sentirse parte de los ancestrales destellos nocturnos.
Justo en ese momento definitivo en el que había decidido su auténtico futuro, una molesta brisa comenzó a colarse por la ventana. Fuera del hogar estallaba una furia huracanada que retumbaba contra las paredes, sacudía los árboles y hacía temblar a los pocos transeúntes que se atrevían a surcar las calles mecidas por el viento. Pero nada de eso sabía nuestra pequeña llamita, empeñada como estaba en sobrevivir a la brisa que arremetía contra su débil figura, con más fuerza cada vez. “Vete, vete”, susurraba ella, “no me apagues todavía, aún tengo que ser estrella”, y volvía a concentrarse en sus intentos de convertirse en cuerpo celeste, sin saber muy bien como, “aunque todavía se me puede ocurrir algo”, deseaba. En esas estaba cuando una chispa, una iluminación repentina, la sacudió de ingenio: esa brisa que se estaba convirtiendo en un viento desordenado, más que enemiga podría ser su aliada. Y sin pensárselo dos veces (no se fuera a arrepentir) decidió dejar de esconderse para comenzar a fluir, sentir la fuerza del aire en movimiento, e impulsarse con todo su ser.
Impulsarse así, hasta llegar a volar. Volar hasta aterrizar sobre algo suave, un tacto desconocido para ella, muy diferente al de su acostumbrada cera. Una larga tela, suave, de la que se apoderó casi sin darse cuenta, justo antes de sentirla desvanecerse poco a poco bajo su peso. Incandescente en la noche, ya no llamita, sino gran llama que lame y devora, se fue haciendo impacientemente con la totalidad de las cortinas, hasta saberlas carbonizadas y brillantes, esclavas de la nueva arma demoledora en la que se había convertido. El poder, el inconsciente poder que apenas lograba contener, latía con fuerza en su interior, reclamando nuevas víctimas a las que derretir entre luces rojizas, para crecer y crecer de forma imparable. De las cortinas saltó rápidamente al sofá, y de ahí a la mesa, al armario del rincón…y de repente la casa entera, la enorme casa en la que fue creada casi por casualidad, era la que se rendía solitaria bajo su creciente poder, iluminando toda ella por unos instantes la terrible noche ventosa, como una estrella bajada a la Tierra.
Nuria
9 comentarios
Susana -
Cris Xococrispip! -
Me encanta el enorme afán de superación de esa pequeña llamita que apenas ilumina dos palmos de distancia y quiere llegar a ser algo mayor...
Y el final es genial...La llama se convierte en una inconsciente pirómana en potencia...xD
Genialoso comos siempre,pequeña Nur!!!
German -
Y gracioso. Llamadme loco o pirómano, pero me ha hecho gracia que al final acabe por quemar la casa entera. Nose... locuras mías.
Verbena -
Jesus -
Vicente -
Misantropía -
Es, realmente, la historia de alguien que en un inicio puede verse pequeño, pero en realidad es infinitamente grande.
Leío o escuché por ahí que lo imprtante en est vida no es tanto ser fuerte como SENTIRSE FUERTE...
Yo sé, que ahora quizá te sientas llamita pequeña...pero en relidad debes sentirte COMO UNA HOGUERA QUE ILUMINA Y DA CALOR A CUANTOS ESTÁN A SU ALREDEDOR...
Debes sentirte así porque realmente lo eres, eres ese fuego, eres esa estrella...
Me encanta tu cuento, es simplemente precioso.
Un besito.
Miss_antropía
Laura -
Tienes razón, deberías dedicarte a escribir cuentos, a contar historias, a impresionarnos de vez en cuando con alguna poesía brillante de las tuyas... Y, bueno, si consiguieses un libro entero ya sería lo más xD
Nunca dejes de escribir, Nuria, una estrella se apagaría si lo hicieras.
Besitos
PD: con conocimiento de sus actos o no, es una pequeña pirómana quema-casitas y cortinas xD
Guille -