Claro de Luna
La realidad de los troncos de espuma es que, por mucho que intenten flotar, siempre sucumbirán a las profundidades perdiéndose en su negrura.
Ella los observaba desde la orilla. Eran tan frágiles… Destellos de inocencia desprendía la laguna a la luz de la Luna y las estrellas. Entrada la noche, la brisa cálida del verano perdía ligeramente su candor, y los árboles observaban impasibles el transcurrir de los minutos.
A lo lejos, escuchó una melodía familiar. Era una música penetrante que inundaba sus oídos con recuerdos de su infancia: unas maletas, un “adiós”, un “te quiero”, un hospital, miradas buscando un perdón que nunca llegaría…
Bordeó las aguas por la orilla, haciendo resbalar la arena por sus dedos, dibujando círculos de infinitud que desaparecerían al subir la marea. Cada vez percibía el sonido con más claridad, suave, a la vez que intenso y preciso, como si cada nota supusiera una gran obra y fuese la única protagonista de la misma.
Alcanzó su destino, deteniéndose a una distancia prudente para, a través del los arbustos, contemplar la escena. Se trataba de un hombre anciano, cuya única compañía era la guitarra que sostenían sus manos. Los dedos pulsaban las cuerdas invadidos por la magia del momento, por la fuerza de la obra. Incansables, repetían la melodía al terminar, fundiéndose en las notas que alumbraba aquel objeto de madera.
No supo determinar el tiempo que permaneció en silencio entre las sombras. Pudieron ser horas o, tal vez, algunos minutos, hasta que la melodía cesó y el anciano se perdió en la inmensidad de la noche.
De vuelta hacia la orilla, reflexionó a cerca de lo acontecido. Aquella guitarra lloraba a la Luna, aquel hombre desgarraba el silencio nota a nota implorando poner fin a su soledad, tratando de acunar el llanto de su corazón.
Aquella noche, dos almas errantes compartieron su desdicha. No hablaron, no se tocaron, pero sintieron un resplandor de comprensión en sus vidas. Por un momento, un claro de Luna iluminó su interior librándoles de las cadenas. Por un momento, las lágrimas amargas cerraron las heridas que el amanecer abriría de nuevo.
Laura.