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Rincón literario

Preguntas eternas

Sigo desinspirada, pero me da pena tener esto abandonado, así que os dejo un cuento que escribí hace tres años para un concurso del cole. Espero haber mejorado un poco desde entonces xD

Besitos,

 Nuria

Preguntas eternas

Podría haber sido un día como cualquier otro, pero mientras sentía cómo los primeros rayos de sol de la mañana se posaban sobre su rostro y  empezaba a notar el bullicio propio de la gran ciudad recién despertada, Pierre Verlinden supo que él, al contrario que todos aquellos ojerosos transeúntes que comenzaban a poblar las frías calles parisinas, no se iba a levantar. No era consciente de por qué lo sabía, pero estaba totalmente seguro de que, como a  muchos otros antes que a él, le había llegado la hora de abandonar el mundo. Y, en un último instante antes de abrirse paso en las desconocidas fauces de la muerte, pensó que era bastante irónico que en el mismo momento en el que la mayoría de la gente comenzaba un nuevo día, él tuviera que entregarse a una noche eterna.

 

Justo entonces notó cómo su cuerpo se hacía añicos y se dividía en fragmentos microscópicos, inundados por una profunda oscuridad que se adueñaba de todo. Algunos de esos fragmentos volvieron a unirse limpiamente, quedando los demás sepultados en la nada, lo que le hizo sentirse muy ligero, y liberado y diferente de sí mismo, como si, de repente, se hubiera transformado en otra persona distinta. Sin saber dónde estaba ni lo que le estaba ocurriendo, tuvo la total e ilógica certeza de que ya había pasado por eso, a la vez que millares de recuerdos sin sentido alguno se iban adueñando de él.

 

Después de flotar en las tinieblas durante un tiempo incontable, comenzó a caer vertiginosamente, dirigiéndose hacia una luz lejana que cada vez se agrandaba más, deslumbrándole hasta casi hacerle perder la consciencia, mientras esos recuerdos difusos se aclaraban cada vez más, tanto que poco antes de que la caída finalizara, sabía que no era un hombre, que no se llamaba Pierre Verlinden y que no era, ni mucho menos, la primera vez que visitaba ese lugar.

 

Cayó bruscamente sobre un suelo frío y duro, lo que debería haberle causado un gran dolor, y, sin embargo, no lo hizo. Cuando consiguió acostumbrarse a la intensa y cegadora luz, se incorporó y miró a su alrededor, descubriendo un lugar totalmente conocido para él. Se encontraba en una especie de palacio gigantesco, de un material parecido al cristal, sin ningún tipo de adorno y con amplios espacios sólo llenos por la gran cantidad de seres que lo habitaban.

 

Sabía dónde estaba porque su vida había comenzado allí, en una época demasiado lejana como para poder acordarse precisamente. La luz parecía salir de todas partes y, a la vez, de ninguna; chocaba contra las paredes transparentes, produciendo un auténtico espectáculo de bellísimos colores inapreciables para el ser humano. Era el Palacio de las Almas, un lugar donde no existía el tiempo ni el espacio, donde todas las almas habían sido creadas. Ellas habían sido los primeros seres creados por la Gran Luz; eran muy inteligentes y no conocían el mal, el dolor ni el sufrimiento; pero tampoco el amor ni la bondad.

 

Eran seres delicados y casi incorpóreos, en cuyos interiores se acumulaba una gran cantidad de sentimientos, pensamientos y emociones que luchaban por salir a la luz, sin éxito, ya que , al no necesitar alimento ni compañía alguna para subsistir, vivían encerradas en sus superdotadas mentes, sin apenas contacto con el exterior. Pero la  Gran Luz les había encontrado una utilidad. Después que a ellas creó a los seres humanos, en algún planeta perdido dentro de un Universo paralelo al suyo, quienes eran mucho más imperfectos que las almas. Podían relacionarse entre ellos y compartir sus emociones, pero sus cerebros estaban muy poco desarrollados; poseían unos cuerpos completamente sólidos, pero necesitaban cubrir ciertas necesidades para evitar enfermedades y mantenerlos con vida, cosa que las almas no necesitaban, y padecían dolor y sufrimiento. La vida de los seres humanos no era eterna como la de las almas, sino que al cabo de unos años sus cuerpos se desgastaban, lo que les ocasionaba la muerte. Ese era el alto precio que tenían que pagar por sus cuerpos sólidos.

 

La Gran Luz decidió complementar a las almas con los seres humanos para llenar las vidas de ambas criaturas. Al principio pensó que a cada alma podía corresponderle un ser humano, para enriquecer así su cerebro casi vacío, pero la vida de los seres humanos era más corta que la de las almas y podían multiplicarse, al contrario que estas, lo que hacía que existieran muchos más humanos que almas. La Gran Luz les había concedido un espacio de tiempo bastante amplio para vivir, tanto ellos como sus descendientes; pasado ese tiempo, los humanos se extinguirían. Sabía exactamente cuántos años tenían para vivir en ese planeta y cuántos seres lo habitarían; así que decidió que a cada alma le corresponderían varios humanos, de distintas épocas y distintos lugares de ese planeta al que llamaban Tierra. Las almas seguirían viviendo en el Palacio hasta que recibieran la orden de trasladarse a la Sala Principal, desde donde viajaban hasta la Tierra a ocupar el cuerpo que les hubiera sido designado. Cuando se asentaban en ese cuerpo iban olvidando gradualmente, durante los primeros meses de vida del ser humano, todos los recuerdos que conservaban, que quedaban enterrados en lo más oculto de sus mentes.

 

La misión de cada alma era intentar racionalizar al individuo, hacerle buscar la sabiduría y reprimir sus más bajos instintos. Sin embargo, no era fácil imponerse a los humanos, y pocos lograban dominarlos por completo, ya que oponían mucha resistencia, lo que hacía que las almas  se acostumbraran pronto a quedar relegadas a un segundo plano. Aun así, ellas siempre estaban allí, como una vocecilla interior que aparecía en los momentos de duda o equivocación para recordar lo que se debía hacer o para reprender al individuo cuando obraba mal, a la que los humanos llamaban conciencia.

 

También se encargaban de ir guardando sus recuerdos, aunque muchos se perdieran con el tiempo. A veces, el alma recordaba algo de una de sus otras vidas o de sus estancias en el Palacio de las Almas, lo que hacía que el individuo experimentara una sensación conocida como déjà vu, o, en algunos casos, que le sirviera de inspiración para inventar historias fantásticas o incluso como base para una religión.

 

Se decía que el alma iba madurando con la experiencia, y que, cuantos más cuerpos hubiera ocupado, mejor los controlaba; por eso, los primeros humanos de los que se ocupara serían más irracionales y rebeldes que los siguientes, que serían mucho más equilibrados.

 

Al morir el humano, el alma regresaba a su lugar de origen, donde permanecía hasta que sintiera que se reclamaba su presencia en otro cuerpo. El tiempo era un factor que no se tenía en cuenta, por lo que un alma podía establecerse en un individuo del siglo XIX, y, más tarde, en otro del siglo V a.C., por ejemplo. Ninguna recordaba con exactitud el momento en el que fueron creadas ni cuando se les comenzó a designar para completar los toscos cerebros humanos, pero, una imprecisa información, que aparecía en sus mentes como si alguien la hubiera adherido allí, les aseguraba que la Gran Luz había prometido que, cuando ya no quedaran humanos y su mundo fuera destruido, recompensaría a las almas que les hubieran controlado mejor, las que hubieran conseguido guiarlos hacia la sabiduría y la bondad y negarles toda clase de malos actos. Estas tendrían el honor de viajar junto a ella por todos los rincones del Universo, mientras que las que no lo hubiesen logrado permanecerían en la Ciudad de las Almas, sumidas en una apatía eterna.

 

Al haber regresado una vez más al Palacio, todos los recuerdos que había poseído el alma que acababa de ocupar el cuerpo de Pierre Verlinden, habían vuelto a ella como si acabara de despertarse de un largo sueño. Ante ella pasaba una sucesión de imágenes desordenadas de todas las personas que había creído ser, y de las cuales tan solo había constituido una parte; personas a las que había enseñado y de las que había recibido conocimientos de su mundo, sus épocas y sus costumbres, lo que le produjo un ligero mareo.

 

Después de haber asimilado toda esa información, se deslizó lentamente hasta una sala del palacio a la que, recordó, solía acudir a menudo en otras épocas, a reflexionar con tranquilidad. Durante el recorrido, no pudo dejar de pensar en los cuerpos en los que se había establecido. Con los primeros le había ocurrido lo que a todos, fueron muy inestables; algunos hasta crueles y odiosos. Luego consiguió formar una especie de equilibrio entre el humano y ella, creando personas mucho más estables, a las que transmitió su curiosidad y ansia por conocer nuevas cosas.

 

Pero, las últimas personas a las que había poseído se habían vuelto cada vez más tristes y melancólicas, cada vez más desengañadas por la vida. Todas ellas habían creído que, al morir, podrían dar respuesta a esas eternas preguntas: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿por qué existimos?... En teoría, ella debería saber responderlas, pero últimamente no estaba segura. Continuamente le atormentaban cuestiones que, pese a tener muchos más conocimientos que los humanos, no sabía resolver con exactitud; ¿de verdad ellas eran solo un simple capricho de una diosa aburrida a la que debían servir de entretenimiento?, ¿podían esperar el premio o el castigo de la Gran Luz, o seguirían poseyendo humanos para toda la eternidad?, y quizás la más peliaguda, ¿existía realmente la Gran Luz?

 

Se sentía mal al poner en duda su existencia, pero, al igual que el resto de las almas, no recordaba haberla visto nunca; lo único que sabía de ella era por esa información aparentemente programada en su cerebro, que le había hecho venerarla desde lo que podía acordarse. Y es que el alma temía cada vez más que todo fuese mentira y que las estuvieran engañando, obligándolas a obedecer las órdenes de alguien inexistente, durante toda la eternidad. La eternidad… quizás una de las pocas cosas a las que tenía miedo. Un miedo que había contagiado a todos los humanos que le habían correspondido. Recordó a Pierre Verlinden, quien nunca le tuvo miedo a la muerte, pero cuyo incesante temor a la eternidad le hizo enloquecer hasta extremos insospechados. Verlinden había caído en la cuenta de que todo era eterno; pues, aunque murieras, después vendría algo más, aunque fuera la nada, a lo que le sucedería otra cosa y otra, sin fin alguno. Esto le había obsesionado terriblemente, hasta que perdió el interés por la vida, pasando sus últimos días como un alma en pena, esperando a la muerte, a la que culpaba de tardar mucho.

 

Estaba muy harta de completar cerebros humanos, creando seres melancólicos e infelices, tan parecidos a ella. Envidaba a aquellos humanos a los que la muerte les asustaba y ansiaban vivir eternamente, pues ella estaba demasiado cansada de eso, y de buena gana les habría cambiado el puesto. Se acercó a uno de los amplios ventanales, elevando su mirada hacia el Lugar Sagrado, una especie de montaña en la que se habían excavado unos finos escalones que conducían a un templo de forma ovalada, que la coronaba. Allí se suponía que vivía la Gran Luz, un lugar en el que ningún alma había entrado jamás. No tenía ninguna valla o puerta que impidiera el acceso, solo los cientos de escalones, pero ninguna se había atrevido a subirlos para ver quién había dentro; unas por miedo, otras por respeto, y otras, la gran mayoría, simplemente ni se lo habían planteado.

 

Ahora, el alma observaba el gran templo dorado con más curiosidad que nunca y un gran fervor por satisfacer sus dudas. Estaba segura de que allí tenía que haber alguien, quizás el mismo que había construido el Lugar Sagrado. Quizás no fuese un ser superior, pero estaba segura de que sabía más que ella. La idea de subir la montaña y entrar en el templo se le antojaba una locura, y, a la vez, lo más cuerdo que podía hacer.

 

Sin apenas pensarlo, se encontró deslizándose hacia la salida del Palacio, esquivando a las miles de despreocupadas almas que se cruzaban en su camino. Atravesó las grandes puertas cristalinas, permanentemente abiertas que separaban el Palacio de un inmenso jardín por el que algunas almas vagaban. Comenzó a adentrarse por un bosque de extraños árboles sin nombre, que centelleaban a su paso; de vez en cuando, debía deslizarse sobre estanques plateados, habitados por diversas criaturas, tan bellas que era difícil mirarlas durante mucho tiempo sin perder el sentido, las cuales emitían una especie de canto monótono e interminable, que se adueñaba de sus pensamientos, haciéndole perder el rumbo en algunas ocasiones. Finalmente, consiguió llegar al pie de la montaña, todavía embobada por el canto de las criaturas acuáticas que la recordaban a las sirenas de los cuentos que, en alguna de sus otras vidas, siendo una niña soñadora e inquieta, había leído.

 

Mientras comenzaba a ascender por los interminables escalones, sus pensamientos y preocupaciones regresaron a ella, volviendo a quedar sumergida en un mar de dudas. Estaba asustada, como nunca lo había estado, por lo que podría encontrarse arriba, y las posibles respuestas que quizás no la satisficieran como esperaba. Comprendió entonces a todas esas almas que habían preferido encerrarse en lo cotidiano, escogiendo la forma más cómoda para no tener que pensar ni preocuparse demasiado, a las que no les importaba lo que sucediera en un futuro indeterminado, obligándose a sí mismas a pensar que todo lo que veían y sentían era perfectamente normal. La subida comenzó a hacerse cada vez más empinada, mientras que árboles y arbustos eran sustituidos por afiladas rocas transparentes en las que veía reflejado su translúcido intento de cuerpo.

 

Cada vez le quedaba menos por subir. Una parte de sí misma quería correr hacía el templo, y mirar dentro lo antes posible; mientras que había otra que desearía no haberse acercado nunca a la montaña. Pero necesitaba llegar allí; no podía seguir viviendo sin saber para qué ni por qué, sin saber si en lo que había creído siempre era verdad o pura ficción…

 

Llegó a la cúspide de la montaña antes de lo que había esperado. Las rocas cristalinas dejaron paso a un majestuoso templo dorado, de forma ovalada, desde el que se podía ver el Palacio de las Almas, emitiendo reflejos luminosos, y el gran y extraño jardín que acababa de cruzar. Sintió que los nervios la consumían. Si hubiera sido humana, probablemente le temblarían las rodillas y el corazón le estaría latiendo como si quisiera salírsele del pecho; pero, en su caso, la luz que emitía comenzó a parpadear inquietamente.

 

Una enorme puerta, también ovalada, se abría ante ella, para dejar paso a más escalones, esta vez dorados, cuyo fin no se veía. Vaciló ligeramente antes de pasar por la puerta, pero su curiosidad pudo con ella y la atravesó lentamente, mirando a todos lados, como si alguien fuera a salir de cualquier parte a abalanzarse sobre ella. Mientras se deslizaba por los escalones, se fijó en las paredes, que se encontraban cubiertas por esculturas doradas representando paisajes y escenas que no supo reconocer.

 

Fue subiendo los escalones uno a uno, a un paso temeroso, deseando llegar pronto y, a la vez, no terminar la subida nunca. Entonces, comenzó a ver el final de la larga escalera, que conducía a una gran sala. Según la poca información que tenía sobre la Gran Luz, allí era donde se encontraba el trono en el que se sentaba eternamente, desde donde veía todo lo que ocurría en su Universo y en el de los humanos. Fuera lo que fuera lo que hubiera en esa sala, el alma estaba segura de que allí se encontraban las respuestas que buscaba. Esto hizo que el miedo se viera sustituido por emoción, y que su curiosidad aumentara aún más, con lo que comenzó a acelerar ansiosamente, sin darse cuenta ni de lo que hacía.

 

Mientras terminaba de subir el último escalón no pudo evitar pensar que el fin de su vida era llegar a esa sala. Solo un arco la separaba de la verdad, arco que cruzó sin mirar, debido a su estado de nerviosismo. Y lo que vio la dejó anonadada. Una sala inmensa se extendía ante ella. Estaba llena de adornos dorados con incrustaciones compuestas por extraños minerales de colores inciertos. Unas delicadas ventanas, de las que colgaban unas cortinas transparentes, mostraban unos paisajes muy parecidos a los de las esculturas de las paredes de la escalinata, paisajes que también estaban reproducidos en las paredes de las sala. La habitación parecía estar iluminada por una luz dorada, que salía del trono situado en el centro de la estancia.

 

El alma se acercó al trono. Lo miró por todas partes, desde todos sus ángulos. Después se deslizó, más inquieta aún que antes, por la habitación, inspeccionando cada rincón, gritando sin ser escuchada y sintiendo que todo en ella se desvanecía, que nada había tenido sentido, ni lo tendría nunca. El trono se encontraba vacío, al igual que el resto de la sala. La Gran Luz no estaba, ni ella ni ningún otro ser; por mucho que la buscara y la llamara, supo que no había nadie. Nadie que la reconfortara, ni que respondiera  a sus preguntas. Porque se encontraba sola, en medio de una fastuosidad sin sentido, y no existía solución para sus dudas.

3 comentarios

Laura -

¡Qué recuerdos me trae a mi este cuento! La verdad es que es de esas cosas que luego te hacen pensar y, como dice Celia, se termina por tenerle cariño al almita XD
Veredicto del jurado: Nuria gana el concurso XD
Besitos

Cris Xococrispip! -

Walaaaaaaaaaaaa!!!
Me encanta, Nur!!!tanto que, no sé ni qué decir...Pero bueno, simplemente, que eso que ha dicho Celia de que podrías incluso escribir un libro con esto,porque es alucinante lo que escribiste y...sí, el alma es muy moooonaaa!!!
Y la historia...fantástica,de ese tipo de cuentos que te hacen pensar y comerte la cabeza y que a mi, personalmente, me hace sacar una conclusión:¿Para qué vivir la vida pensando en lo que vendrá después?Lo que de verdad deberíamos hacer es disfrutar la vida,cada uno de sus momentos y situaciones y no pensar en el qué vendrá después,simplemente, VIVIR LA VIDA.
pd:no sé ni por qué he puesto esto último, pero es algo que , si lo pensamos y cumplimos todos, quizás pueda ayudarnos a vivir mejor, ¿no?

Celia -

Madre mía. No sé ni cómo empezar a expresarme xD. No he despegado la vista ni un momento del texto, cada palabra era más interesante que la anterior. ¡Me encanta eternamente! Siempre quise imaginar cómo sería todo, y hay mil maneras de imaginarlo (tantas maneras como dudas), pero esta en particular que has descrito es... no sé, ¿estremecedora? Podrías sacar un libro de eso, incluso me he encariñado con el almita xD Supongo que en realidad nos representa a todos.