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Rincón literario

1 PARÍS EN RUINAS

-París, París, París…

 

Luces, edificios... Miles de coches rodeaban las autovías que ahora se disponían por el exterior.  Desde el avión que sobrevolaba las afueras de la ciudad, se podía ver en lo que se había convertido París. Una ciudad en ruinas.

Ruth no se creía que hubiese llegado viva de aquel espantoso viaje. La azafata había desaparecido durante todo el vuelo sin dar explicaciones coherentes de ello. Muchos pasajeros habían pagado bastante dinero para ver los restos conservadas del Arco del Triunfo y nadie les había podido atender. La comida había sido nefasta y el piloto no se dignó a hablar en todo el viaje. Tampoco avisó de las turbulencias.

 

Habían bajado del avión cargados con los pequeños bolsos de mano y con maletas cerradas con un pequeño mecanismo de contraseña. Un escáner muy ancho revisaba a los pasajeros y a su equipaje.

Ruth había salido de aquel avión un poco mareada. Todavía no había terminado su estancia en el aeropuerto y para salir de allí le quedaba aún un largo camino para llegar, por fin, a la calle; interponiéndose varias escaleras mecánicas que siempre mostraban el mismo recorrido.

 

Ruth subía por la última de ellas con la mirada fija en sus maletas. Algunos niños estaban montando escándalo, corriendo por los pasillos y gritando. Había personas sentadas en el suelo, esperando su avión y la gente que se iba de allí compraba en las tiendas algunos souvenirs para su familia. En ese momento, ella no quería ver a nadie; sólo llegar al taxi que había pedido que le llevase al hotel. Reaccionó rápidamente a mirar a otro lado cuando una mujer muy amable le advirtió que estaba a punto de llegar al final. Tenía que levantar otra vez las maletas para poder pasar aquella barrera de pinchos que terminaba al final de las escalinatas.

 

Había salido de aquel inmenso edificio cuando una bocanada de aire le hizo retroceder torpemente. Sin que se le cayesen las maletas, volvió a avanzar teniendo cuidado del vendaval que se estaba formando en las afueras de la ciudad.

Estaba contemplando París. Era el año 2015 y una explosión desconocida había arrasado por completo la ciudad. Ya habían pasado diez años de aquello y se habían reconstruido todas las viviendas, tiendas y restaurantes.

“Lamentarse no era la única opción después de ver todo lo que ocurrió”.

La gente había decidido, a las afueras, empezar como pudiesen una nueva vida. No se podía hacer nada más, sólo dejar los emblemas de la ciudad como ruinas y enseñarlo todo como un paraje turístico.

El viento soplaba cada vez con más fuerza. Con una mano, Ruth se apartó de la cara su larga melena rizada y morena, pudiéndose percibir unos bonitos ojos verdes; parecidos a dos esmeraldas expuestas en una vitrina. En su cara se extendían a lo largo de las mejillas, bastantes pecas amontonadas entre sí.

Su cuerpo algo delgado caminaba con paso firme. Su mirada era bastante fría. Escondido entre su vestido de tela fina, colgaba un collar pequeño y redondo, azul oscuro; con forma de pez.

A Ruth siempre le apasionaba coleccionar bisutería extraña. Anillos, sortijas e incluso pasadores dorados para el pelo. Era una coleccionista apasionada por aquel mundo de brillos y diamantes diminutos pegados con esmero a simples pulseras con estampados primaverales.

 

La zaragozana había llegado a la gran ciudad de Francia provista de ropa y unos pocos euros que pretendía ir aumentando vendiendo varias joyas y reliquias de su familia. Allí, en el pueblo donde vivía y trabajaba, las cosas habían terminado fatídicas una noche aparentemente tranquila.

 

Con la mirada perdida y los oídos taponados buscaba un poco nerviosa el taxi que había pedido para que le llevase a su alojamiento.

Era difícil poder encontrar aquel coche entre tantos, allí en el aeropuerto, pero no podía coger cualquier taxi; necesitaba uno específico, ya que había pagado por adelantado.

No veía nada muy claro, todo aquel viento hacía revolotear el humo de los coches impidiendo una visión nítida de la escena que estaba viviendo.

 

Por fin, y como si hubiese surgido entre la nada, un coche negro había empezado a tocar el claxon y con gesto brusco agitaba su brazo indicando a Ruth que aquello era lo que buscaba.

Depositó el equipaje dentro del maletero. Estaba húmedo y desprendía un olor bastante desagradable.

El taxista, algo corpulento, había clavado la mirada en Ruth que se había montado, después de tantos mareos, en el coche.

Aquel vehículo parecía un velatorio, nadie hablaba y sólo se escuchaba la radio que estaba encendida, pero no tenía el volumen muy alto.

Fijándose algo más, Ruth pudo ver las afueras de París en su mayor esplendor. Estaba todo iluminado, la gente reía por las calles envueltas en adoquines de piedra. Los bares aún abiertos estaban impregnados de un ambiente bastante divertido.

-Todo es extraño… -alzó un poco la voz en el coche para entablar conversación con el taxista-. La gente se comporta como si no hubiese ocurrido nada aquí.

De nuevo silencio. Parecía como si el conductor estuviera concentrado en su trabajo de llevar y traer pasajeros. No tenía sensación de ir a contestar a la chica.

Seguían recorriendo las carreteras en busca de la dirección que Ruth había escrito en un papel que sujetaba con fuerza.

 

Unas pequeñas lágrimas se derramaron por las mejillas de ella. Veía a toda aquella gente feliz que iba andando a todos los sitios, con sus amigos. Sin un rumbo fijo, pero que adornaba como cualquier perro que pasease por allí formando una estampa que para nada podía significar derrumbamiento o tristeza.

Eso era lo que sentía Ruth al ver todo aquello, tristeza.

Las carreteras infinitas y los coches que llevaban la música alta no le hacían cambiar de opinión.

Apoyada en el lateral de una ventanilla veía su rostro reflejado en el cristal, a la vez que podía ver los edificios y restaurantes que pasaban a toda velocidad.

 

Pudo ver una fuente muy grande y llena de niños. Reían, saltaban y jugaban a pesar del viento que se había levantado. Sonreían felices. Eso le hizo recordar aquellas tardes que pasaba dibujando en la ventana de su casa. Siempre el mismo paisaje, pero cada vez mejor pintado. Algunas veces los niños de su pueblo se quedaban sentados en el suelo, observando a Ruth pintar, sin moverse. Ella siempre aprovechaba la ocasión y les pintaba en el lienzo. Sus tardes eran mágicas.

El lloro se hizo algo más continuo. Está claro que el viaje a París no había sido una buena idea. Quería escapar, pero todo le recordaba a su pueblo.

 

Quitó la mirada de la ventanilla para fijarla en otro sitio, pero todo aquel coche parecía un estercolero. Olía mal y el conductor no es que condujera muy tranquilamente. Todo estaba sucio, por lo que pensó si se había sentado en un asiento que, al menos, estuviese limpio.

 

Buscando algún rincón del coche donde mirar, decidió bajar la mirada y suspirar mientras el tiempo corría en el coche. Como si tuviese los oídos taponados escuchaba el ruido de afuera, pero muy bajo; como si les hubiesen bajado el volumen a todos.

El pelo de Ruth caía en cascada rozando las rodillas.

A sus pies podía rozar una caja metálica roja, con un asa negra. Era una caja de herramientas.

Estaba algo extrañada pensando en por qué la caja estaba allí y no en el maletero, pero haciendo uso de una vista panorámica, pudo comprobar que muchas cosas de las que había allí no tenían sentido.

Al lado, había una especie de mango negro. Estaba escondido debajo del asiento del copiloto, por lo que la curiosidad de Ruth hizo que ésta acercase con su pie un poco el utensilio, que no podía ver con claridad.

Se quedó perpleja y callada. Había podido ver que lo que se guardaba allí abajo. Era un cuchillo, una simple hoja cortante con una empuñadura oscura.

 

Su mente se bloqueó en ese instante. Estaba un poco agobiada.

“¿Un cuchillo aquí, para qué?”

Levanto la mirada para ver si el conductor la estaba mirando o se había percatado de que había descubierto el arma, pero él seguía al manejo del volante y concentrado en la carretera. Sorbía los mocos y con la garganta hacía ruidos asquerosos. Era repugnante.

 

Se apoyó sobre el respaldo y respiró hondo. No quería creer nada extraño, pero no era muy normal llevar un cuchillo escondido.

“Si se quisiese defender, lo tendría a su alcance ¿no?”

 

Se había quedado, sin darse cuenta, mirando al taxista. Lo que menos quería era levantar sospechas. No conocía a aquel tipo, por lo que no sabía si tener el cuchillo allí sería algo bueno o malo. 

Delante de ellos, no iba nadie. El conductor, en ese momento, aprovecho y giró la cabeza para ver que hacía la chica ahí atrás.

Ruth se quedó asustada al verle. No estaba haciendo nada fuera de lo normal, pero el simple hecho de mirarla, la asustaba un poco.

Era la primera vez que la zaragozana veía la cara del conductor. Su cara era gorda, la papada muy ancha y por lo que se podía ver, no se había afeitado desde hace mucho. Su cuerpo lo cubrían una camiseta azul de tirantes y un pantalón vaquero.

Sus manos estaban agrietadas y llenas de cicatrices. Tenía varias marcas rojas, como si fuesen tiras que hubiese sujetado muy fuerte.

Ruth sólo había visto un instante a ese hombre, y su cara ya se le había quedado grabada para siempre. Él ya no la miraba, pero, aun así, era como si su mirada siguiese fija en ella.

 

-¿Qué pasó con la torre Eiffel? –preguntó Ruth para ver si esta vez hablaría-. ¿Nadie se quiere acordar?

El hombre esta vez no había contestado, pero sí había emitido una especie de gruñido, como si de un perro se tratase. Como Ruth pensaba, al hombre le había molestado la pregunta. No sabría ella que relación tenía la torre con él, pero por alguna razón aparente, no había hecho bien en preguntarlo.

-Mira niñata, yo solo te tengo que llevar hasta el maldito hotel. Si quieres llegar en coche, más te vale que cierres la boca –gritó el taxista sin despegar los ojos de la carretera.

 

No paraba de mirar a aquel hombre, le había gritado y ella no había reaccionado. Sentía odio y rabia. No le gustaba que nadie le pegara gritos, y menos alguien que no conocía de nada. Para colmo, le había dado un trato penoso. La frase seguía resonando en la cabeza de ella que no paraba de insultarle en sus pensamientos.

Los ojos de Ruth parecían fuego incandescente. Le ardían y ella lo sabía. Como si dentro de su cara hubiese lava, sus mejillas se fueron poniendo rojas; y no de la vergüenza. Sus manos estaban cerradas. Eran puños tensos que aguardaba a cada lado de sus piernas.

Su mirada era desafiante. No le había gustado ni un pelo la actitud de aquel sucio sin escrúpulos y no estaba para tonterías.

-Eres un…

 

Ruth no se lo esperaba, pero el coche paró en seco. Las ruedas chirriaron lo suficiente para que la gente se diera cuenta de lo que había pasado. Había llamado la atención escandalosamente. La chica se golpeó con el respaldo de delante y seguidamente con el suyo.

El taxista había aprovechado el descuido de Ruth para coger un hilo muy fino. Le dio vueltas entre sus manos y con la fuerza de ellas tiró un poco para tensarlo. Habría apretado tanto, que en sus manos se marcaban algunos hilitos de sangre que bajan por sus muñecas. El hombre no estaba para tonterías. Ni siquiera llevaba el cinturón puesto.

 

Se inclinó un poco y torciendo el cuerpo se abalanzó sobre una aturdida Ruth. Él intentaba rodear su cuello, pero Ruth estaba intentando quitar las manos para zafarse.

 

La fuerza del conductor loco era descomunal comparada con la de la chica, por lo que no tardó mucho en deshacerse de los brazos de ella.

El hilo llegó a tocar su cuello y ya lo rodeaba casi en su totalidad. A toda costa, él quería dejar sin fuerzas a Ruth; asfixiarla, pero no pudo.

La chica había pegado una patada en el pecho al taxista, que cayó hacia atrás.

Quitándose el cinturón, Ruth volvió a pegarle otra patada más. Esta vez haciendo fuerza con todo su cuerpo. Su pie acabó chocando contra su boca.

 

La sangre había salido disparada y un pequeño chorro le salía de la boca escurriéndose por el labio inferior. Sus ojos se habían cerrado. El cuerpo del que había intentado matar a la chica había caído sobre su asiento ocupando la mayor parte de la ventanilla.

Ruth respiró aliviada. No entendía el repentino ataque de aquel monstruo que solía llevar a todo tipo de personas de un lado a otro.

“¿De verdad alguien se subiría aquí?” pensaba Ruth mientras se asomaba un poco para ver si estaba consciente.

 

Estuvo un rato mirando al tipo que tenía la camiseta manchada de sangre. Su labio seguía expulsando sangre. Si supiera que Ruth estaba a su lado, ya la habría vuelto a atacar.

Por suerte, no había movido ni un solo pelo. Tampoco se podría decir que respirase. Ruth cayó rendida sobre su asiento, cuando se volvió a llevar una sorpresa: la puerta de su lado estaba cerrada, y no había pestillo que pudiese desbloquearla. Era extraño, hace poco más de unos minutos había entrado perfectamente en el coche, y ahora no podía. Probó con la del lado izquierdo. Tiró repetidas veces para que se abriese, pero tampoco había forma de poder salir por allí.

-¿Pero es que en este coche no hay un sola salida? –gritó Ruth sabiendo que nadie la oiría.

Para no querer arriesgarse alzó la vista al sitio del copiloto. Ruth se había dado cuenta de lo que no muy tarde tendría que hacer. En el sitio que estaba mirando no había rastro del seguro que podría abrir la puerta. Ruth pensó lo peor, tendría que salir por la puerta principal, ¿pero cómo?

 

El taxista había ocupado todo el control central de puertas y ventanillas. Estaba encima de todo aquello; apoyado en la puerta.

Tenía que pensar alguna forma para salir de aquel antro putrefacto. Con cuidado y viendo que desde fuera nadie hacía caso de lo ocurrido, Ruth se colocó en el asiento del copiloto sigilosamente.

Un sonido puntiagudo le había asaltado la mente. Ruth lo había echado todo a perder.

            “Mierda, se ha despertado”

El susto se le fue del cuerpo cuando al pasar de nuevo el pie por la palanca de cambios, se dio cuenta que había sido eso lo que había provocado su sobresalto.

 

No podía estar mucho tiempo ahí, así que nada más sentarse volvió a levantarse para pensar que podía hacer.

            -Sí le quito de la ventana… -reflexionaba casi en silencio-. ¿Se despertará? Podría probar a meter la mano por detrás de él, pero es demasiado arriesgado, podría estar haciéndose el dormido, y estar escuchándome en este momento.

 

En el mismo asiento, Ruth se puso a cuclillas y apoyó su espalda en el cristal de la ventanilla. Cogió aire un instante y en menos de un segundo tenía agarrada la cabeza del conductor por las manos.

El corazón le estaba palpitando a una velocidad vertiginosa, el sudor frío le recorría la frente y su tensión subía por instantes. Sus manos que sujetaban su cráneo temblaban y se movían como si hubiese un terremoto a sus pies.

Echándole sangre fría movió la cabeza del taxista hacia su cuerpo y en ese instante, Ruth empezó a golpearla contra el cristal. Repetidas veces, una detrás de otra; sin pararse a pensar en la sangre que le estaba saliendo por el otro lado.

 

Ruth se percató de la sangre cuando el cristal estaba cediendo, se estaba resquebrajando y el fluido rojo salpicaba a medida que le golpeaba. La furia creció en ella y en un último intento por escapar de allí, aún con más fuerza, golpeó mas rápido la cabeza.

            -Róm-pe-te ¡ya! –gritó cuando no tuvo que golpearle más veces-. ¡Maldito cabrón!

El cristal roto llamó de nuevo la atención a los turistas y viandantes que pasaban por allí. Los pedazos de la ventanilla, ya rotos, cayeron al otro lado del coche y su cabeza había acabado por apoyarse en algunos trozos sujetos al marco de la ventana, provocando que en su cuello hubiese cristales clavados, que estaban fijos.

 

A Ruth todavía le quedaba algo por hacer allí. Había roto la ventanilla, pero el taxista seguía explayado encima del manejo de seguridad.

La ventana estaba partida en varios pedazos y salir por allí sería un suicidio inmediato.

Otra vez, las cosas se nublaban para la chica. Tendría que quitar sí o sí el cuerpo del conductor de en medio y la única solución posible era cogerle del cuello y tirar.

 

Resoplando y con algo de refunfuño, Ruth cogió de los tirantes de la camiseta y empezó a tirar con fuerza. De fondo escuchaba el rasgar de la piel con los cristales aún en pie. La herida que estaban provocando los tirones cada vez era más larga y profunda.

El cuerpo del conductor cayó a los pies de Ruth, que estaba arrinconada en el lado derecho, pegada a la puerta. Parte de la sangre del taxista, había salpicado en sus botas marrones.

A gatas y caminando como pudo por la espalda de aquel chalado muerto, Ruth abrió la puerta. Se escucharon algunos ruidos de cristales.

La gente, desconfiada, se había quedado al margen; examinándola de pies a cabeza, como si fuese una amenaza.

 

Ruth había experimentado en sus propias manos lo que había sido matar a un hombre, no quería que nadie la viese ni la siguiese.

“La policía no tardará mucho en llegar” pensaba ella mientras se alejaba de allí cruzando la carretera.

Tenía próximas las ruinas de la Avenida de los Campos Elíseos, así que se decidió por echar a correr mientras la gente se quedaba embobada viendo el coche.

No se veía nada, una fuerte capa de arena nublaba todo el fondo. No había rastro de lo que quedaba del Arco del Triunfo. Tenía que caminar sola, sin saber lo que se encontraría en aquella extensa calle, ni en la que cruzaba a su lado.

 

Germán de las Heras

 

2 comentarios

Nuria -

Sangre y vísceras!! Todo lo gore es bienvenido en este blog xD
Por cierto, me gusta muchísimo cómo has ambientado la historia ^^

German -

Perdón por el tochón :D