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Rincón literario

SEGUIRÉ LA HISTORIA, AUNQUE CREO QUE ME SUPERA

Me dijeron que el mundo era eterno y por eso mismo decidí ascender esta montaña, para asegurarme de que nunca, nunca, se acababa. Me dijeron que jamás mirara atrás, que nunca intentara volver sobre mis pasos...me advirtieron, incluso, de ciertas voces seductoras que querrían tentarme; de los demonios forjados a fuego vivo en las entrañas de la lejanía, de los precipicios inmensos que se abrirían bajo mis pies sin que nadie pudiera evitarlo.

Me advirtieron de todo eso y yo no pude menos que sonreír y hacer oídos sordos de esa panda de huecos sabihondos: estaba por encima de cualquiera de ellos. Pero, aún así, cuando oí tu voz neblinosa llamarme por primera vez  entre las rocas escarpadas y sentí el extraño impulso de volver mi mirada muchos pasos atrás, comprendí, entre espasmos de terror al recordar las horribles leyendas de las que me había reído, que mi orgullo no sería el mejor acompañante en ese viaje.

Aunque decidiera continuar hacia delante (un paso tras otro, una espiral interminable), mi mente permanecía presa de esa voz que relampagueaba cada noche en la distancia, murmurando mi nombre. Cada día me costaba más caminar, avanzar entre el único eco de mis pasos. Mis piernas comenzaban a vacilar lentamente, a pararse cuando no debían e intentar burlar a mi mente para salirse del camino establecido. Poco a poco, casi sin ser consciente de ello, me iba olvidando hasta del simple hecho de respirar, para dedicar todas mis fuerzas en mantener tu inexistente imagen viva en mi memoria.

 

 

 

Desde aquel momento en que me dí la vuelta, sólo para verte, sólo para avistar entre la neblinosa ladera que yo me disponía a subir esa figura, esa silueta que tú eras, la pendiente de aquella montaña se hizo mucho más pronunciada, y la montaña más alta. Los aludes constantes repiqueteaban mi conciencia  por mezclar en mi pebetero aires de lo divino, a lo que yo aspiraba en mi escalada, y de lo mundano, todo lo que mis ojos vieron cuando giré malditamente mi cuello. La perversión llegaba a ser como el veneno, y se metía dentro de mí, volviéndome loco, dejándome seca la boca de susurrar a mis propios oídos lo que aquella voz, tu voz, me había gritado desde el ardiente infierno.

Y hubo tormenta, y la lluvia constante mojó mis ojos, prohibiéndome alcanzar con la mirada tu voz y la cima de aquella montaña, dejándome estancado, como si el mejor alfarero hubiese hecho de mis botas pesadas tinajas que resbalaban una y otra vez, hundiéndome  en esas arenas traicioneras; y los rayos se me ataron al cuello haciendo de correa, arrastrándome ora aquí ora allá, vapuleándome como a un muñeco. Entonces salían de las rocas desnudas, escritas con mi propia sangre, las palabras que una vez me habían parecido ridículas, advertencias salidas de las conchas de mar, sabias como nadie, y que yo no quise atender, arriesgando mi vida al interminable laberinto de tenerte.

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Un laberinto de alturas, niebla y sinrazones que aún se fue volviendo más confuso cuando la tarde cayó y se apoderó de mi la noche.

Fue entonces cuando de verdad comprendí todas las precauciones que me habían susurrado; entendí sus ojos alucinados cuando me vieron no hacerles caso y seguir hacia la montaña.

No vuelvas la cabeza; y yo ya lo había hecho.

No escuches sus susurros; pero yo los seguía escuchando.

Y ya no había faro ni estrellas que poner en el sextante. Sólo mi cuerpo dolorido de tanta piedra, del dolor a piedras huecas que se revolvían en mis pulmones mientras decía…

¿Decía algo? Tal vez, no sé. La noche es demasiado inmensa para contenerla en un solo recuerdo. Quizás eran tus palabras, tan poderosas que yo las creí mías, y acaso las dije, las recité de rodillas o simplemente me brotaron dentro, como tiernas plantas malignas de flores asombrosas en su veneno.

Sólo recuerdo recuerdo eso, y que seguí ascendiendo pese a todo. Que ya no había caminos ni sendas y los filos de las piedras iban escribiendo en mis piernas. Escribían tu nombre y el color intenso que sólo tienen tus ojos en los atardeceres de verano, cuando el tiempo parecía nunca acabarse y había una brisa delgada y un riachuelo casi sin agua, en mis recuerdos, maldita sea.

 

 

1 comentario

Nuria -

y por qué iba a superarte?